Susan Strasser publicó en 2003 un trabajo bastante interesante llamado Waste and Want: A Social History of Trash en el que, como el título sugiere, se estudia el nacimiento y desarrollo de algo tan cotidiano como es la basura, pero cuya concepción contemporánea es relativamente reciente.

Strasser relata cómo la presencia de residuos en la sociedad norteamericana era prácticamente inexistente antes del siglo XX, pues lo común era buscar nuevos usos a los productos “desechados”. Una situación que cambia a lo largo de la última centuria cuando se empiezan a imponer prácticas de consumo basadas en la compra y rápida sustitución de artículos y que encontrarán en las tecnologías de la información y la comunicación, especialmente en las postrimerías del siglo XX, su máxima expresión.

Sin irnos tan lejos, en nuestro país hemos visto cómo hace no muchos años era habitual reparar un televisor que empezaba a tener interferencias o un reproductor VHS que trababa la cinta. Hoy en día, sin embargo, la reutilización no está bien vista, los talleres de reparación hace tiempo que echaron el cierre. Incluso se desecha un artículo por estética o moda aunque funcionalmente esté correcto. Existe una veneración a lo nuevo que está llenando los vertederos de productos en “perfecto estado”, pero como escribe Strasser: “lo que cuenta como basura depende de quién cuente”.

Nuestro día a día está unido a la generación de desechos, si bien hacemos todo lo posible para que su rastro desaparezca pronto tanto de nuestras calles, como, y esto es lo más peligroso, de nuestra conciencia.

Toby Miller afirma que a pesar de la gran cantidad de contenedores de reciclaje en nuestras calles, el siglo XXI es la era de la basura; con otras palabras, nuestra sociedad se asienta sobre montañas de residuos.

Los residuos electrónicos (dispositivos TIC, lavadoras, frigoríficos…etc.) son la categoría de desechos con mayor volumen de crecimiento a nivel mundial, esperándose que en 2021 superen los 52,2 millones de toneladas métricas. De media, cada persona genera 6kg de basura electrónica anualmente, aunque os podéis figurar que esta cifra varía mucho entre los “países ricos”, como Noruega con 28,5kg por individuo, y los “países empobrecidos” (2kg por persona en regiones africanas).

Los dispositivos electrónicos desechados constan de sustancias tóxicas que, si no son tratadas adecuadamente, pueden dañar los ecosistemas naturales. Por el contrario, su correcto reciclaje permite la recuperación de componentes tales como el platino, la plata o el oro, disminuyendo así la presión tanto en la minería como en las cadenas de trabajadoras de las empresas manufactureras y por descontado, contribuyendo a reducir la cantidad de desechos.

No obstante, el reciclaje de basura electrónica no es una práctica “asentada”: de los 44,7 millones de toneladas métricas de residuos electrónicos generados en 2016, sólo se recicló un 20%, mientras que 1,7 millones fueron arrojados junto a desechos orgánicos.

¿Por qué no existe un reciclaje masivo si es tan esencial? La razón principal que se puede argüir es la complejidad del proceso debido a los siguientes factores: el creciente volumen de este tipo de basura y su heterogeneidad en cuanto al peso, tamaño y composición de los materiales. En segundo lugar, estos aparatos están compuestos por materiales tóxicos y no tóxicos, algunos especialmente peligrosos. Tercero, los diseños de producto dificultan el desmontaje, ya que sus componentes están soldados o pegados y se necesita de mucho trabajo y una compleja maquinaria para desmontarlos. Cuarto, la toxicidad de los componentes obliga a implantar altas medidas de seguridad tanto para los recicladores como para el medioambiente, de manera que se da la paradoja que sea más rentable económicamente exportar basura electrónica a otras regiones del planeta que reciclar estos desechos en los países consumidores de la tecnología.

Recordemos que entre el 50% y el 80% de la basura electrónica es exportada ilegalmente a países del denominado Tercer Mundo, habitualmente como ayuda internacional o bienes usados, para finalizar en vertederos ilegales. En una investigación realizada entre 2014 y 2016 por la organización no gubernamental Basel Action Network se identificó un continuado tráfico ilegal de basura electrónica a países en vías de desarrollo (fundamentalmente China, aunque el propio país lo prohibió en el año 2000) con la complicidad de empresas de la industria digital, compañías certificadas de reciclaje y al menos una organización benéfica.

Como consumidores responsables de la tecnología, cabe preguntarse qué medidas pueden ayudarnos a reducir la acumulación incontrolada de este tipo de basura. Un grupo de investigadores (Bakhiyi, et al., 2018) clasifican las iniciativas en dos dimensiones: de carácter ascendente (upstream) y descendente (downstream), ambas interrelacionadas. Asimismo, nos avisan de que cualquier decisión dirigida a reducir este tipo de residuos debe tener en cuenta los aspectos políticos, socioculturales, infraestructurales y medioambientales característicos de cada país. Echemos un vistazo general a las propuestas:

Soluciones ascendentes (upstream solutions):

  • Los diseñadores de productos deben sustituir, siempre que sea posible, los componentes dañinos de los dispositivos por alternativas no tóxicas.
  • Desde la convergencia tecnológica, desarrollar dispositivos que integren tantos aparatos como sea posible, disminuyendo la demanda global de productos TIC: por ejemplo, el teléfono móvil, si se elimina la demoledora política de obsolescencia programada a la que suele estar unido, sería un buen ejemplo de TIC que ha aglutinado otros muchos productos como el reproductor mp3, la cámara fotográfica, la videocámara, la tableta, o hasta el mando a distancia, disminuyendo así la demanda individual de cada uno de estos aparatos.
  • Movilizarse social y políticamente contra la obsolescencia programada en todas sus formas y motivar el reciclaje. Ello implicaría aumentar el nivel de concienciación sobre el impacto medioambiental y social de la compra compulsiva de dispositivos a través de la educación formal e informal (es decir, actuaciones tanto en los colegios como fuera de ellos) para establecer consumidores empoderados y gobiernos responsables que exijan una industria digital respetuosa con el medioambiente y con sus trabajadores y trabajadoras
  • Aumentar la reciclabilidad de la basura electrónica fomentando un diseño de producto que favorezca tanto la reparación, así como los procesos de reciclaje. Ello implica, entre otras iniciativas, apostar por diseños modulares, es decir, los aparatos constan de piezas que son fáciles de extraer así como de un hardware que permite la compatibilidad entre componentes de diferentes productoras.

Soluciones descendentes (downstream solutions):

  • Luchar contra el comercio ilegal de basura electrónica a la vez que se invierte en la regulación del reciclaje informal de estos desechos. Para ello, es necesaria la cooperación y coordinación internacional, armonizando los controles aduaneros e integrando progresivamente el reciclaje informal en las actividades del sistema de reciclaje legalizado, invirtiendo con este fin en la educación y formación de los trabajadores irregulares.
  • Fortalecer la logística inversa, la cual incluye todos los mecanismos implementados para motivar a los consumidores a que desechen de forma responsable los productos electrónicos. De esta forma, los aparatos vuelven a los manufactureros con la finalidad de favorecer la reutilización de materiales.
  • Modernizar los procesos formales de reciclaje de residuos electrónicos. Tarea a la que se están dedicando actualmente distintas investigaciones que buscan desarrollar tecnologías de reciclaje que mejoren su desempeño tanto en términos medioambientales, como en lo referente a su beneficio económico.

Fuentes:

Bakhiyi, B., Gravel, S., Ceballos, D. Flynn, M.A. & Zayed, J. (2018). Has the questions of e-waste opened a Pandora box? An overview of multiple issues and challenges. Environmental Internacional, 110, 173-192.

Strasser, S. (2003). Waste and Want: A Social History of Trash. Nueva York: San Martin´s Press.

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